La conservación del suelo

POR RAFAEL BALDAYAC

Una estructura de vital importancia para el desarrollo de la vida, está configurada por la capa superficial de la corteza terrestre, conocida como suelo, en la que viven numerosos organismos y crece la vegetación.

El suelo constituye un componente esencial de la tierra y los ecosistemas, funcionando como asiento para la vida vegetal y animal, proporcionando nutrientes, minerales, oxigeno, agua  y organismos vivos.

La palabra suelo tradicionalmente se define como el medio natural para el crecimiento de las plantas, con la influencia del tiempo y combinado con el clima, topografía y organismos (flora, fauna y ser humano), de materiales parentales (rocas y minerales originarios).

Además el concepto suelo presenta diferentes significados dependiendo del área de acción donde se desenvuelva la persona (agricultor, geólogo, político, promotor inmobiliario, ingeniero constructor o agrónomo).

Los tipos de suelos según su estructura, están clasificados en  arenosos,  calizos (no son aptos para la agricultura); humíferos (tierra negra excelente para el cultivo); arcillosos, pedregosos y mixtos, lo que conforman un medio ambiente muy complejo y variable.

Cada 7 de julio, desde el año 1963,  se celebra en el mundo el “Día Internacional de la Conservación del Suelo”.

Se eligió este día en particular, en honor al científico estadounidense Hugh Hammond Bennett, quién dedicó su vida a demostrar que el cuidado del suelo influye directamente en la capacidad productiva de los mismos.

Hammond Bennett, decía: “La tierra productiva es nuestra base, porque cada cosa que nosotros hacemos comienza y se mantiene con la sostenida productividad de nuestras tierras agrícolas”.

En un mundo donde se habla continuamente acerca del cambio climático, casi nadie se ha parado a pensar, cómo afecta la contaminación o la explotación excesiva de los suelos a la destrucción del medio ambiente, poniendo en riesgo la supervivencia de las especies.

Jehová cita el suelo en el origen de la creación  ” llamó al suelo seco “Tierra” y al depósito de las aguas “Mares”. Y vio Dios que esto era bueno.” Génesis 1:10
La Palabra de Dios, en otra parte, se presenta como una especie de texto de ecología, un manual que ayuda a los cristianos a vivir correctamente en la tierra.

El pasaje más elocuente es el de Génesis 2:15, “Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara”.

Ahí se establece el fundamento bíblico para la protección de la creación.  Un doble mandato que consiste en cultivar y cuidar.

También en la parábola del sembrador el Mesías habla de cuatro tipos diferentes de suelos, donde cae la semilla que es la palabra. Tres de ellos por diferentes situaciones no dan fruto y se alejan de la fe, solo un tipo de tierra es la que permanece y da fruto.

En esta parábola las semillas que caen entre los espinos, pedregales y adyacencias son aquellas  personas que si oyen y reciben el mensaje de salvación (la palabra de Dios).

Sin embargo, al venir los problemas de la vida (persecuciones y pruebas) estas personas no estaban totalmente fundamentada y se olvidaron del mensaje o nunca realmente lo oyeron (Mateo 13:1-9)

Sostiene que para que el mensaje de fruto (Buena Tierra), es necesario que la Palabra de Dios, permanezca en nosotros.

Nos enseña que cuidemos que nuestro corazón siempre sea un terreno fértil en donde el mensaje de Jesús pueda germinar y dar fruto.

Es decir: leamos la Biblia, hablemos con Dios cada día, creamos en sus promesas y permitámosle que nos guíe hacia una vida plena.

El Señor hace una gran promesa cuando dice: ” Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer “(Juan 15:5).