PUNTOS…Y PICAS

POR CARLOS MANUEL ESTRELLA

Aguas fronterizas

Haití y República Dominicana son dos alas de un mismo pájaro, están unidas umbilicalmente hace siglos y comparten el mismo territorio insular caribeño en una realidad inédita que en paradoja marca diferencias claves en raza, cultura, lengua, religión, ecología, economía y muchos otros aspectos.

La diferencia abismal en niveles de pobreza y desarrollo humano genera la asimetría económica que provoca el indetenible cruce fronterizo de vecinos haitianos al territorio quisqueyano por la lógica aspiración de supervivencia, en un fenómeno migratorio tan ancestral y natural como la vida humana.

La minúscula comprensión general de la población dominicana de esta dinámica histórica junto a la recurrente apatía gubernamental para enfocar las relaciones bilaterales en base a políticas transparentes de interés colectivo en base al derecho internacional provocan frecuentes episodios conflictivos.

La controversia por el uso, en el lado oeste, de las aguas del fronterizo río Masacre para canalizarlas con fines agrícolas ha levantado de nuevo voces nativas de sectores ultranacionalistas que no esconden su recurrente xenofobia y discrimen del vecino ante lo que siempre tipifican como “peligro haitiano”.

El uso de las aguas de ríos transfronterizos se rige por el tratado de buena vecindad y “amistad perpetua” firmado hace casi un siglo, en 1929, de conformidad con el derecho internacional y protocolo para desarrollo conjunto de los flujos pluviales, lo que indica que todo debe resolverse con diálogo.

Al país conviene que se desarrolle el agro en la franja fronteriza haitiana porque así se frena la migración de trabajadores extranjeros, hoy necesarios en sectores económicos, y por eso la lógica impone que la controversia por aguas transfronterizas del Masacre se dilucide por la vía diplomática. Y punto.

Por: Carlos Manuel Estrella
cmestrella_@hotmail.com