El hogar es la primera escuela, es allí en el núcleo básico de la sociedad, en la célula familiar, donde se forjan valores, se adquieren principios de vida y se practica con el ejemplo que servirá de marco referencial para el desempeño del adulto y para reproducir comportamientos vistos y/o aprendidos.
Graves problemas recurrentes en noticias alarmantes y sensacionalistas de esta era, que ya son parte de la cotidianidad en medios electrónicos y dispositivos móviles, tienen su génesis en la educación doméstica, la que tiene como laboratorio la familia y que no se compra como fármaco en botica.
Sucesos escandalosos de violencia intrafamiliar y de género ocurren la más de las veces porque para los autores estos comportamientos antijurídicos son observados y asimilados en la familia, en el líder y modelo a imitar como padre dominante, aportador y con acentuado machismo al estilo vernáculo.
Así las cosas, las políticas públicas para la prevención o atenuación de acontecimientos que ya ni conmueven a la opinión pública deben estar orientadas hacia la familia como núcleo básico de la sociedad y servir para catalizar acciones conjuntas ante una realidad compleja y multicausal.
Hechos aparentemente “normales” entre adolescentes escolares, puestos de relieve en recientes reproducciones de vídeos por las redes que logran ser “virales”, si bien implican descuido o inseguridad atribuible a los directores de esos centros, plantean la pérdida de valores en las enseñanzas del hogar.
Para enfrentar estas nuevas realidades de la “modernidad” y rebeldía contemporánea es necesario enfocar acciones gubernamentales hacia la familia, la responsabilidad de padres y madres es clave para la prevención de esta violencia generalizada y para privilegiar el hogar como primera escuela.