

Las 4 soledades del político
Opinión June 2, 2025 Ricardo Rosa

POR PEDRO DOMINGUEZ BRITO
Desde que los triunfos y los fracasos son siameses del poder, existen políticos que sienten la palabra “soledad” en uno de estos 4 tipos: la voluntaria, la obligada, la cobarde y la sana y espontánea que surge producto del cumplimiento del deber.
En la voluntaria, el político se aleja del mundanal desorden. Incluso en la muchedumbre, tiene su cabeza en otro planeta, aunque no necesariamente para el bien. Suele elevarse sobre todas las cosas: chismes, adulonería, maquinaciones, aunque en su momento lo disfrute.
Hay que ser bastante Joaquín Balaguer para lograr esa forma de soledad. Se debe estar acostumbrado a oír horas y horas de discursos sin escucharlos; responder sin hablar; aparentar que se está en un lugar, cuando en realidad se está muy lejos; saludar a los cuervos imaginando que se estrecha la mano de Platón; recordar al imposible amor de la infancia cuando alguien le susurra nimiedades.
Y se debe demostrar que se ama la soledad, para que si el político llegara a estar solo sin buscarlo, la gente suponga que fue intencional y no por el abandono de quienes le seguían, que no son pocos los que desconsideran a los que salen del poder y luego no mandan ni en la perrera de su casa.
La segunda soledad, la obligada, es triste. El político aquí es una mofeta. Los mansos y cimarrones le huyen como el diablo a la cruz. Lo miran de reojo, de forma sospechosa. No lo invitan a nada, ni al matrimonio de su compadre. Nuestro personaje, por múltiples razones, se esfuma, se lo traga la tierra. Quien fue un protagonista del espectáculo, ahora no es ni siquiera un simple y lejano espectador. Se queda solo sin quererlo.
Por su parte, la soledad cobarde, la peor –suele ser familia de la soledad obligada– se desarrolla en el que actuó sin probidad y carecía de vocación de servicio y de capacidad para ocupar un cargo. Este político teme que lo acusen con razón. Lo que tomó sin pertenecerle lo tiene escondido.
Duerme en base a pastillas. Tiene igualados a dos o tres siquiatras y sicólogos. Y prefiere vivir debajo de la tierra, más por miedo que por vergüenza. Los fantasmas lo acompañan. Tiene delirios de persecución. Y si está rodeado de personas, se siente intranquilo, con la conciencia alterada, creyendo que cualquiera puede traicionarlo, esperando el momento oportuno para huir hacia la oscuridad. Es un esclavo de sí mismo.
Finalmente, la cuarta soledad, la sana y espontánea que surge del cumplimiento del deber y de hacer lo correcto como Dios y la patria reclaman, se transforma en una felicidad que se celebra solo y en silencio.