Voces y ecos
Opinión June 26, 2017 Ricardo Rosa 0
POR RAFAEL PERALTA ROMERO
¿Que se vaya o que se vayan?
El pedido de renuncia al presidente Danilo Medina ante los vergonzosos casos de corrupción denunciados, más que el motivo de alarma que ocasionó entre cortesanos, parece un acto de ingenuidad política. Resultará difícil que cuaje la dimisión solicitada por la vía pacífica, pero se justifica como un acto político de censura al Gobierno.
En 1990, el Partido de la Liberación Dominicana, tras alegar que le robaron el triunfo en las elecciones de ese año, emprendió una agresiva campaña para exigir la renuncia del entonces presidente Joaquín Balaguer, autor del presunto fraude. Ese partido levantó la consigna “Que se vaya, ya”, la cual repitió por todos los medios posibles.
Los ciudadanos que han suscrito un documento planteando que Medina abandone la Presidencia, no han lanzado consigna alguna ni tienen campaña por la televisión y demás medios, pero parece que incurren en la candidez de dirigir la petición solo al presidente, quien lógicamente sería sustituido por la vicepresidenta, Margarita Cedeño de Fernández.
Ha resultado muy brusca la respuesta del presidente de la Junta Central Electoral, Julio César Castaños Guzmán, entre otras razones porque la falta del presidente no conlleva la realización de nuevas elecciones. La Constitución prescribe los pasos a seguir ante tal ocurrencia, incluso si faltara también el vicepresidente.
De renunciar Medina, le sucedería Margarita de Fernández, rama del mismo palo, pese a las diatribas que intercambian los cabecillas de grupos en el PLD: por un lado el presidente Medina y por otro el presidente del partido, Leonel Fernández, esposo de la vicepresidenta. Por eso digo que lucen ingenuos los solicitantes de la renuncia.
Estamos tan entrampados, que aun dimitiendo Medina y Cedeño, el gobierno quedaría en manos del PLD. No entiendo la desmesurada reacción de los áulicos danilistas, que han, incluso, considerado delito la citada sugerencia. A veces las circunstancias sugieren renunciar, aunque nadie lo esté pidiendo. Ocurre cuando el pudor se impone.